¡Cuántas veces hemos usado la expresión “Cada maestrillo tiene su librillo”! Y es que no hay una fórmula secreta exacta para ser un buen profesor o una buena profesora de idiomas.
Un buen profesor no es el que sabe más, ni el que hace más juegos en las clases, ni el que usa la última tecnología para enseñar. El docente no lo sabe todo, aunque sí que conoce bien dónde acudir cuando necesita resolver un problema surgido en el aula, ya sean cuestiones de lengua, dificultades de progreso de alumnos…
En cambio, el buen profe de idiomas es sencillamente un guía para el alumno. Es aquel o aquella que, valiéndose de distintos recursos que sirven para practicar las diferentes destrezas del idioma, acompaña a los alumnos en el camino de adquisición del nuevo idioma, despierta en los estudiantes curiosidad sobre lo que están aprendiendo y les estimula en el aprendizaje autónomo.
El profesor o la profesora de idiomas, por muy bueno o buena que sea, nunca va a poder enseñarlo todo a sus alumnos, pero sí que va a poder descubrir a sus estudiantes caminos que van a llevarles a explorar la lengua por su cuenta, proceso clave para un aprendizaje satisfactorio.
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